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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Copenhague debe ser el final del comienzo

Financial Times
La cumbre de Copenhague sobre cambio climático se quedará corta. ¿Importa? Sí y no, sí porque los argumentos en pro de la acción son muy fuertes, no, porque el probable acuerdo sería inadecuado. Afrontar el cambio climático será duro. Es crucial que abordemos la meta de modo efectivo y eficiente. Las probables demoras deberían usarse para conseguir eso. Mi idea de que se justifican acciones decisivas es polémica. Los escépticos ofrecen dos contraargumentos: primero, que la ciencia tras el cambio climático es incierta; segundo, que los costos exceden los beneficios.
Pero no es suficiente decir que la ciencia es incierta. Dados los riesgos, tenemos que estar seguros de que la ciencia está equivocada antes de seguir a los escépticos. Para cuando sepamos que no lo está, puede ser demasiado tarde como para actuar de modo efectivo. No podemos repetir los experimentos con un único planeta.
Afortunadamente la evidencia sugiere que los costos de la acción no deben ser prohibitivos. El último Informe de Desarrollo Mundial del Banco Mundial argumenta que los costos de restringir las emisiones serían modestos. Por el lado de los beneficios, enfatizaría la importancia de evitar el peligro de una catástrofe climática. No tenemos derecho a correr ese riesgo.
No obstante, los escépticos desempeñan un servicio invaluable. Nos recuerdan seguir monitoreando los eventos actuales en el clima. También nos dicen que la acción tiene costos y que algunos costos (dejar a miles de millones de personas en la pobreza) serían intolerables. Afortunadamente, como nota el Banco Mundial, la gente pobre emite poco. Los recortes de emisiones asegurados al convertir la flota estadounidense de todoterrenos en autos con estándares de combustible de la Unión Europea cubrirían las emisiones de proporcionar electricidad a 1.600 millones de personas hoy sin acceso a ella.
Aunque la acción se justifica y probablemente no es prohibitivamente cara, será un desafío enorme. Como plantea la Agencia Internacional de la Energía en su Panorama Económico Mundial, necesitaríamos “descarbonizar” el crecimiento para limitar las concentraciones atmosféricas de “equivalente de CO2” a 450 partes por millón, el nivel que se cree consistente con un aumento promedio de la temperatura global de unos 2°C. Tendríamos que hacerlo todo: reducir la demanda, expandir el uso de energía renovable, invertir en energía nuclear, desarrollar la captura y almacenamiento de carbono, cambiar de carbón a gas y proteger los bosques para lograrlo.
¿Cómo lo hemos estado haciendo? En una palabra, mal.
Con todo lo que se ha dicho, no sólo las existencias sino el flujo de las emisiones han estado subiendo. La recesión ha ayudado. Pero no podemos (y no deberíamos) depender de un Apocalipsis económico. Como destaca la AIE, las emisiones de CO2 relacionadas con la energía han aumentado de 20,9 gigatoneladas (Gt) en 1990 a 28,8 Gt en 2007. La AIE prevé emisiones de CO2 en su “escenario de referencia” de 34,5 Gt en 2020 y 40,2 Gt en 2030: una tasa de incremento promedio de 1,5% anual en el período. Crucialmente, los países en desarrollo y emergentes dan cuenta “de todo el crecimiento proyectado en emisiones relacionadas con la energía para 2030”, con 55% del aumento en China y 18% en India.
El argumento en favor de cambiar pronto estas tendencias es que los costos de limitar las grandes subidas en la temperatura podrían ser extremadamente altos o, en el peor de los casos, prohibitivos. La AIE señala que si la meta es limitar las concentraciones de gases de efecto invernadero a 450 partes por millón, cada año de demora en avanzar hacia la trayectoria requerida suma US$ 500 mil millones al costo estimado global de US$ 10,5 billones (millones de millones). Estos costos resultan de la vida extremadamente larga de los activos de capital usados en la generación eléctrica y en la vida aún más larga del CO2 en la atmósfera.
El escenario alternativo es muy diferente: en lugar de los 40,2 Gt de emisiones relacionadas con la energía en 2030, tendríamos sólo 26,4 Gt. La diferencia es enorme. Un documento de información de la European Climate Foundation muestra que los compromisos hechos antes de Copenhague no la cerrarían*. Incluso en la visión más optimista, las ofertas actuales se quedan cortas en casi un tercio de las emisiones necesarias para 2020 para el camino a un techo de 450 partes por millón de equivalentes de CO2.
Copenhague sería sólo un comienzo. Es probable que ni siquiera sea eso, ya que la administración estadounidense es incapaz de hacer compromisos vinculantes y los países en desarrollo no están dispuestos a hacerlo. Pero Copenhague parece el fin del comienzo. Existe algo parecido a un acuerdo en cuanto a que el mundo debe actuar. Existe, asimismo, un acuerdo en cuanto a que pese a la retórica, se han conseguido pocas cosas útiles hasta ahora. El momento para la acción es ahora, si no en Copenhague, entonces poco después.
Desafortunadamente, esto no significa que surgirá el acuerdo correcto. Las políticas que usemos deben ser tan efectivas y eficientes como sea posible. ¿Qué significa eso? Enfatizaría tres criterios.
Primero, necesitamos precios para el carbono aplicables a horizontes de planificación relevantes. Ese precio no puede quedar fijo para siempre, sino cambiar con los hechos. Pero tiene que ser mucho más estable que en el mercado de permisos de la Unión Europea. Un impuesto me parece mucho más atractivo que “cap and trade” (limitar y transar) por esta razón.
Segundo, dónde ocurra la disminución debe ir separado de quién paga por ella. La disminución debe hacerse donde sea más eficiente. Es por eso que hay que incluir las emisiones de las naciones en desarrollo. Pero el costo debe recaer en los ricos. Eso, porque pueden pagarlo y porque produjeron el grueso de las emisiones pasadas.
Por último, debemos desarrollar y aplicar innovaciones en todas las tecnologías relevantes. Un paper del centro de pensamiento Bruegel señala, persuasivamente, que sólo subir los precios en las emisiones de carbono reforzaría la posición de las tecnologías establecidas. También necesitamos subsidios a gran escala para la innovación**.
Abordar el riesgo del cambio climático es el desafío colectivo más complejo que ha abordado la humanidad. El éxito requiere una acción onerosa y concertada entre muchos países para lidiar con una amenaza lejana, en nombre de personas aún sin nacer, bajo una incertidumbre inevitable acerca del costo de no actuar. Sin embargo, hemos llegado al punto en que existe un consenso amplio sobre la naturaleza de la amenaza y los tipos de políticas que necesitamos para lidiar con ella. Puede que no logremos un acuerdo en Copenhague. Pero llegó el tiempo de las decisiones. O actuamos pronto – o descubrimos si los escépticos tienen razón. Si fracasamos en actuar, como parece probable, espero que lo estén. Pero lo dudo.
* “Taking stock”, 17 November 2009, www.project-catalyst.info
** “No green growth without innovation”, www.bruegel.org

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